Queridos amigos y amigas, lectores varios, tengo que comunicaros una mala noticia: la censura aún existe. Así es, por primera vez en mi carrera profesional me han echado atrás algo por intereses ajenos a lo puramente profesional, y los motivos, evidentemente, políticos. La historia comienza cuando le encargo al gran Horacio Eichelbaum, escritor, filósofo y amigo, un pequeño artículo para la sección de Opinión de la revista que edito. Mi objetivo era cada mes, sacar diferentes voces con cierta relevancia dentro de la provincia. Para quién desconozca a Horacio sólo puedo decir de él que es un maestro de la comunicación. Irónico, analista de lo cotidiano y portador de ideas solidarias de la forma más amena y sencilla, lleva afincado en el sur desde hace más de veinticinco años, tras abandonar su exitosa etapa periodística en argentina y buscar nuevos aires a su vida (
www.cedma.com/archivo/eichelbaum/index.html). Desde mi entender personal, y como responsable del Dpto. de comunicación de este organismo, creo que el artículo escrito para la revista se adapta a la perfección a la línea editorial del panfleto, o al menos a lo que en teoría se debería defender desde esta entidad… No me enrollo más, tendría muchas más cosas que decir desde mi indignación. Os dejo con lo que pudo ser y no fue. Internet nos hace un poco más libres, hoy es un ejemplo de ello:
CUIDADO CON LOS NUEVOS "OKUPAS"
Por momentos, parece que se estuviera librando una terrible batalla entre los seres humanos y la Naturaleza. Lo que hoy da dramáticos tintes guerreros a esa confrontación es el avance del cemento y el ladrillo sobre los entornos de ciudades y pueblos, que está encendiendo luces rojas en muchos lugares, particularmente en la Costa del Sol.
La actual velocidad del proceso urbanizador se ha convertido en algo verdaderamente ‘insostenible’: lo contrario de la deseada (pero todavía apenas buscada) meta del desarrollo ‘sostenible’.
El desmadre de la construcción representa ya una amenaza generalizada hasta para el ‘habitat’ humano, de modo que no es posible confiar en que se vaya a detener a las puertas del ‘habitat’ protegido para la flora y la fauna y la preservación del paisaje.
Es obvio que la planificación urbanística se basa en delimitar espacios urbanizables y prever sus necesidades futuras de viales, tendidos eléctricos, telefónicos, etc., así como en reservar sitios para instalaciones sanitarias, educativas, zonas verdes, deportivas, etc. Además, las nuevas zonas urbanizadas deberán tener cubiertas una serie de necesidades, en primer lugar la vital disponibilidad de agua potable.
Cuando se percibe la construcción como un peligro es porque se salta los límites establecidos: urbaniza tierras rústicas, invade espacios previstos como zonas verdes o como futura infraestructura, o bien programa actividades que compiten con las necesidades de la población (como ocurre con los campos de golf y sus ingentes necesidades de agua, comparables a las de núcleos urbanos de 15 ó 20.000 habitantes.
Con la legislación existente –sumándole la actualización prevista de algunas normas- tales desmadres deberían poder controlarse sin mayores dificultades. Pero algo ha estado fallando en muchos sitios, donde los controles han sido insuficientes o se han presentado los tan sonados casos de corrupción. Y ya ha habido ocasiones en las que las nuevas construcciones invadieron incluso espacios naturales.
A la vista de los desmanes felizmente perseguidos hoy por la justicia, pero a la vista también de situaciones de deterioro urbano y ambiental que no se atajaron a tiempo, será fundamental guardar una actitud vigilante en defensa de los espacios protegidos, para que esa protección no resulte simplemente un autoengaño para la sociedad.
Para estar verdaderamente alertas, es fundamental abrir paso a las organizaciones ecologistas para que participen activamente en esa vigilancia. Parece preferible un exceso de celo que una falta de control. El agobio que puede representar una exagerada demanda de protección es una carga menor comparado con los daños, muchas veces irreparables (como lo han sido en muchos lugares de la línea costera) que puede provocar que el ladrillo y el cemento se conviertan en ‘okupas’ de los espacios naturales.
En estos tiempos en los que se habla tanto de participación, no hay mejor ocasión que ésta para aplicar cotidianamente esa filosofía. Después de todo, se trata de estimular las raíces democráticas, que se pudren o se secan cuando el funcionamiento de la democracia se limita casi exclusivamente al ritual de la urna y el voto.
Horacio Eichelbaum