28 de agosto de 2006

A veces...

A veces soy fiel a la nostalgia. A la victoria y el fracaso. A los sueños que me vieron nacer, y otras muchas morir. A veces soy humano, y le arranco de un pellizco a la melancolía los años gastados. Otras me vuelvo raquítico de palabra, de pensamiento, de obra, de omisión, de culpa, de mi gran culpa… Como un ripio fino y descarnado que reverbera en los posos de la angustia. A veces me siento que ya no estoy, y me hago vapor en las sombras, humo sin ceniza, clavo que sin arder se agarra helado de amparo. Querer siempre quiero, y a veces descubro en su sexo lleno de trigo y miel la flor de la pasión, de la locura, del desenfreno. Quizá, hoy sólo sea el poeta frustrado de las noches de agosto, el sol que se seca para llenarse de vida, la vida bañada de fiesta, la algarabía musical de tus labios mojados. A veces, te escribo porque no espero respuesta, porque sólo quiero hacer brotar carajadas, despilfarrar lágrimas, y enterrar en un saco el dinero a esperar que llegue una paloma y lo lleve a otro lugar. Siempre sin consuelo, como un manantial de agua muda, de agua que no quita la sed. Siempre al borde del precipicio, del mar, de los ojos, de las nubes, del sonido. A veces creo que estoy cerca de mí… Pero me pierdo.

Dylan, la edad es un grado


La vejez significa para algunos la decrepitud y decadencia del cuerpo, e indudablemente de la mente. Y es que hacerse mayor no es tarea fácil. El espíritu revolucionario cae rendido lentamente ante los ataques de la comodidad, y los bríos de antaño pierden credibilidad con la búsqueda de un camino limpio y allanado hacia el final de los días. Un camino que no siempre es el deseado, y que a veces se entremezcla con la monotonía y la rutina de no haber sido fiel a la conciencia vital que nos orienta.

Sin lugar a dudas, este no es el caso de Bob Dylan. A sus sesenta y cinco años puede presumir de hacer lo que le da la gana, tarea bastante difícil en esto de la música, y lo más complicado, tener su cabeza pensante en inmejorables facultades atléticas. Mientras sus compañeros de generación llenan la saca a base de macroconciertos domingueros (véase el caso de los Stones, con “desplantes” como los que han hecho a los amigos pucelanos y almerienses), el de Minessota se ha paseado por los escenarios españoles durante este verano mostrando su talante errático e inconformista. Actuaciones que hicieron valer la vigencia de un mito que no se duerme en la inercia de su propia leyenda, y que hacen que cada concierto sea distinto al anterior. Algo duro para a sus aficionados que oyen como destroza clásicos a su antojo (para eso se construye, ¿no?), a la vez que ensalza otros, como fue el caso en su última gira de “Master of War”… Realmente magistral.

La trayectoria profesional de este poeta nominado en varios ocasiones al Nobel de Literatura, ha ido siempre indagando en la revisión de nuevos estilos musicales. Desde sus inicios como cantautor folk, al rock anfetamínico y vanguardista que implantó en los sesenta, pasando por su particular exploración del country con discos como “Nashville”, o su etapa espiritual con iluminados clásicos como “Knockin´ On Heaven´s Door”, Dylan ha deshojado los pétalos de una flor que aún no se ha terminado de secar. Y así es, este personaje (en el léxico coloquial “freaks” o “freky”) aún no ha dicho la última palabra, o más bien su último verso, como lo demostrará (aún no lo he escuchado) la que es su nueva publicación de estudio “Moderns Times”, y que llenará los cinco años de vacío musical existentes desde "Love And Theft".

Un caudal creador que no ha cesado en ningún momento, sacando pecho hasta en los instantes más difíciles, como fue la grave enfermedad de corazón que le obligó a apartarse de los escenarios, y que al tiempo lo resucitó con su sublime “Time Out of the Mine”. Quizá su voz más quebrada de la cuenta nos indique que los años hacen mella en su cuerpo. Su aullido, hoy es un símbolo de la dignidad artística y musical de la que hoy carece la industria del disco.

Yo quiero ser Dylan de mayor… ¿y tú?

El futuro en el culo de Las Palomas

La ignominia humana nos hace pensar que somos los únicos poseedores de este planeta. Mentes que ignoran por completo el poder de los reinos animales y vegetales, sin olvidar, evidentemente, las sacudidas naturales que continuamente amenazan a nuestro supuesto orden. Quizá partiendo de la premisa de “quién la hace la paga”, o lo que es lo mismo aunque más agresivo (desde mi parecer), el popular “ojo por ojo, diente por diente”, nuestro sistema terráqueo se revela ante lo que el considera opresiones del sistema evolutivo biorítmico - natural. El cambio climático o los huracanes que destruyen regiones antinatura (que se prepare la Costa del Sol), son buenos ejemplos de cómo se articula la ley más pura existente sobre nuestras cabezas. Bajo esta premisa cabe pensar la creación de un nuevo movimiento que se organiza en supuesta clandestinidad, pero que no escapa a la vista de nadie, es el de las palomas. Esta ave febril y simbólica, no es más que un roedor volante, que se reproduce con una velocidad de vértigo, y que vive en constante enfrentamiento con la especie humana. Es curioso que uno de nuestros máximos enemigos se convierta en icono pacifista, sin duda, es para escribir todo un tratado sobre la estupidez humana, la existencia y sus definiciones. En esta lucha, su capacidad organizativa está haciendo que su batalla en el “submundo” animal de las ciudades esté plenamente resuelta a su favor. Siendo así, y habiendo aniquilado la posibilidad de dominio que cualquier insecto o cuadrúpedo (está última ha sido fácil, la falta de control aéreo les ha desterrado de esta privilegiada situación), sólo queda esperar lo peor: el ataque a los seres humanos. Quizá parezca injusto que por unas cuantas deformaciones de cráneo o del aparato digestivo, la eliminación de la capacidad de vuelo en alguno de los experimentos practicados hacia algunas especies, y otras tantas aberraciones que han derivado en la creación de miles de “bichos” a nuestro gusto (o mejor, mal gusto, alguna de ellas son realmente nauseabundas) y antojo, puedan enderezar el peso de la balanza hacia su favor. Así es amigos, los decretos naturales se imponen ante cualquier ordenación del hombre. Nunca sabremos si es justo o no, lo que sí se puede llegar a entender es la falta de inteligencia y criterio con la que hemos tratado (y seguimos tratando) a los ecosistemas existentes a nuestro alrededor. No es de extrañar así la creación de estos movimientos metropolitanos alternativos, que persiguen desenfrenadamente el holocausto de los viandantes. Quizá no seamos realmente conscientes del monstruo que hemos creado, pero al menos si debemos ser objetivos y reconocer que hay motivos para que no dejen de cagarse sobre nuestras cabezas y abrigos. Sus proyectiles llenarán de mierda las calles y rincones de las urbes, hasta que sucumbamos a su infecto poder. Hitchcock ya hacia alarde de esta apocalíptica premonición con la metáfora final de su película “Los Pájaros”. El hombre encerrado en su propia jaula, y el pájaro libre destruyendo todo lo que le venía en gana. Algo parecido a lo que ocurre hoy en día con EEUU con sus particulares campañas demócratas. Esperemos que a Bush no le crezcan alas… No me gustaría oler su culo.