23 de enero de 2007

Con la Mirada Perdida en el Horizonte

Continuamente interactuamos con experiencias y sensaciones que nos llegan a mostrar lo que en líneas generales parece que es la realidad, aunque lo único realmente cierto es el tacto con las vidas, que nos dan el punto de giro con el que dar vueltas y no marearnos. Este universo cíclico se activa totalmente cuando introducimos otro elemento más, el de la memoria. Recordar nos hace regresar, y cuando ya hemos vuelto, regresamos. Esta espiral infinita es la que hace que con la madurez estemos más cerca de las cosas sencillas. Algo complicado en los días que corren, más aún cuando estamos al borde de la deshumanización más absoluta. Hoy, charlar con la vecina se ha convertido en un milagro, dar los buenos días un suplicio, y sólo se nos encoge el estómago durante el instante que pasa a nuestro lado una ambulancia. No se trata de educación, sino de distancia. Cada día cerramos más fronteras entre los hombres, se erigen banderas de nosotros mismos para hacer de nuestra patria el lugar dónde pisan nuestros pies.

La actualidad nos vende toda clase de inventos sofisticados para ser más libres o autosuficientes, pero éstos no hacen más que condenarnos a la dictadura del consumo. Nuevas tendencias que nos ofrecen toda clase de adelantos, pero aún ninguno de ellos ha conseguido la meta principal y más deseada por el ser humano, la de la felicidad. El medio rural con su supuesto atraso en materias fundamentales en la concepción del mundo moderno, ha conseguido ganar una gran batalla a la ciudad, la de las personas. Cualquier vecino de un pueblo en vías de desarrollo, abre su puerta para hacer de la conversación la herramienta con la que interpretar la vida. Este utensilio ni se compra, ni se vende, sólo se palpa. Su utilidad es milenaria, y la garantía no es necesaria sellarla porque no tiene caducidad.

Este es un valor seguro y en alzo en los tiempos que corren, y es necesario tasarlo y respetarlo como ejemplo para nuestras vidas. Sólo es necesario saber mirar para darse cuenta que ya no somos lo que queríamos ser. Nunca he querido abrir los ojos, sin cerrar antes cualquier tipo prejuicio a mi visión. Quizá, esta apreciación pueda tener un ápice de sensatez dentro de un contexto periodístico, pero nadie es más ciego que el que no ve, o mejor, nadie ve menos que el que se que queda esperando a saber cómo serían las cosas, por eso hay levantar la cabeza y observar sin tapujos lo que nos rodea. Nunca es tarde para perder la mirada en el horizonte de la sencillez… Y lo mejor, es gratis.

Inocencia sin caramelos


¿Quién no ha perdido la virginidad? ¿Quién no sabe leer? ¿Quién no se ha roto su corazón en pedazos? ¿Quién dejó de escuchar sus sueños? ¿Quién no se ha dejado llevar por la música? ¿Quién no se ha tirado un pedo en público? ¿Quién no ha sido un criminal alguna vez? ¿Quién no ha hecho un viaje iniciático? ¿Quién es Tom Waits? ¿Quién es Picasso? ¿Quién no ha desperdiciado su dinero? ¿Quién no ha pensando en desperdiciarlo? ¿Quién no ha sido un cobarde? ¿Quién no se droga? ¿Quién no se ha equivocado sin marcha atrás? ¿Quién no ha hecho la “marcha atrás”? ¿Quién no ha querido ser otro? ¿Quién no ha pensado en los demás? ¿Quién ha sido libre? ¿Quién lo ha conseguido? ¿Quién es feliz? ¿Quién no ha estado en Sicilia?

Los Aviones (II)

Es tarde y se hizo de día, menos mal que está nublado. Se acabó, todo lo que había, hoy queda un cigarro mojado. Porque quiero dormir y soñar con ella, mientras por afuera pasan los aviones... No quiero que se termine. No quiero que me abandones.

Andrés Calamaro

Los Aviones (I)


Bajo mi techo pasan aviones a todas horas. En todas direcciones. En todas las alturas. Nunca llego a alcanzar sus alas. Me cuelgo de su estela para perderme en sus residuos. Su veneno es mi paz. Su sonido, la música. Viajo hacia destinos imaginarios, como pasajero de un vuelo invisible, como turista sin postal de su destino. Herido por sus turbulencias. Sin paisaje que fotografiar. Sin recuerdos que borrar. Entre los cortinajes se distingue el perfil de Sicilia, o quizá Malta. Nunca he estado en estos lugares. Nunca he sufrido de alucinaciones clandestinas. Me abrocho el cinturón. Me agarro a mi angustia. Tengo ganas de gritar, y lo hago. Vomito sobre mis pantalones. Todo es verde. Nada es nada. Ahora vuelvo a remar sobre las nubes. Su densa capa me escupe el frío de la altura. Un triste tango de Gardel me acompaña a lo lejos. El carnaval del mundo sobre mis pies automáticos. La azul oscuridad sobre mis manos de barro. La soledad en mi piel. Mis lágrimas lloran su duelo. A todas horas veo aviones sobre mi cabeza y me pregunto por el milagro de volar. Algún día iré subido en alguno de ellos… Puede que me duerma.