Continuamente interactuamos con experiencias y sensaciones que nos llegan a mostrar lo que en líneas generales parece que es la realidad, aunque lo único realmente cierto es el tacto con las vidas, que nos dan el punto de giro con el que dar vueltas y no marearnos. Este universo cíclico se activa totalmente cuando introducimos otro elemento más, el de la memoria. Recordar nos hace regresar, y cuando ya hemos vuelto, regresamos. Esta espiral infinita es la que hace que con la madurez estemos más cerca de las cosas sencillas. Algo complicado en los días que corren, más aún cuando estamos al borde de la deshumanización más absoluta. Hoy, charlar con la vecina se ha convertido en un milagro, dar los buenos días un suplicio, y sólo se nos encoge el estómago durante el instante que pasa a nuestro lado una ambulancia. No se trata de educación, sino de distancia. Cada día cerramos más fronteras entre los hombres, se erigen banderas de nosotros mismos para hacer de nuestra patria el lugar dónde pisan nuestros pies.
La actualidad nos vende toda clase de inventos sofisticados para ser más libres o autosuficientes, pero éstos no hacen más que condenarnos a la dictadura del consumo. Nuevas tendencias que nos ofrecen toda clase de adelantos, pero aún ninguno de ellos ha conseguido la meta principal y más deseada por el ser humano, la de la felicidad. El medio rural con su supuesto atraso en materias fundamentales en la concepción del mundo moderno, ha conseguido ganar una gran batalla a la ciudad, la de las personas. Cualquier vecino de un pueblo en vías de desarrollo, abre su puerta para hacer de la conversación la herramienta con la que interpretar la vida. Este utensilio ni se compra, ni se vende, sólo se palpa. Su utilidad es milenaria, y la garantía no es necesaria sellarla porque no tiene caducidad.
Este es un valor seguro y en alzo en los tiempos que corren, y es necesario tasarlo y respetarlo como ejemplo para nuestras vidas. Sólo es necesario saber mirar para darse cuenta que ya no somos lo que queríamos ser. Nunca he querido abrir los ojos, sin cerrar antes cualquier tipo prejuicio a mi visión. Quizá, esta apreciación pueda tener un ápice de sensatez dentro de un contexto periodístico, pero nadie es más ciego que el que no ve, o mejor, nadie ve menos que el que se que queda esperando a saber cómo serían las cosas, por eso hay levantar la cabeza y observar sin tapujos lo que nos rodea. Nunca es tarde para perder la mirada en el horizonte de la sencillez… Y lo mejor, es gratis.
La actualidad nos vende toda clase de inventos sofisticados para ser más libres o autosuficientes, pero éstos no hacen más que condenarnos a la dictadura del consumo. Nuevas tendencias que nos ofrecen toda clase de adelantos, pero aún ninguno de ellos ha conseguido la meta principal y más deseada por el ser humano, la de la felicidad. El medio rural con su supuesto atraso en materias fundamentales en la concepción del mundo moderno, ha conseguido ganar una gran batalla a la ciudad, la de las personas. Cualquier vecino de un pueblo en vías de desarrollo, abre su puerta para hacer de la conversación la herramienta con la que interpretar la vida. Este utensilio ni se compra, ni se vende, sólo se palpa. Su utilidad es milenaria, y la garantía no es necesaria sellarla porque no tiene caducidad.
Este es un valor seguro y en alzo en los tiempos que corren, y es necesario tasarlo y respetarlo como ejemplo para nuestras vidas. Sólo es necesario saber mirar para darse cuenta que ya no somos lo que queríamos ser. Nunca he querido abrir los ojos, sin cerrar antes cualquier tipo prejuicio a mi visión. Quizá, esta apreciación pueda tener un ápice de sensatez dentro de un contexto periodístico, pero nadie es más ciego que el que no ve, o mejor, nadie ve menos que el que se que queda esperando a saber cómo serían las cosas, por eso hay levantar la cabeza y observar sin tapujos lo que nos rodea. Nunca es tarde para perder la mirada en el horizonte de la sencillez… Y lo mejor, es gratis.