30 de marzo de 2009

Las cosas del campo (IV)


Dónde, siempre, cuándo, cómo,
adverbios que son alas, que son vida
en la esperanza. En un lugar cualquiera,
en este jardín mismo. En lo eterno de un beso,
una hora cualquiera, noche y día.
El cómo, dejárselo al momento:
A menos que sea nunca y es mi pena.
(José Antonio Muñoz Rojas)

Las cosas del campo (III)


"¿Quién pone puertas al campo?..." (José Antonio Muñoz Rojas)

Las cosas del campo (II)

Ahora que lo pienso bien
lo que me pasa es lo que no me pasa
Qué es lo que me pasa, Dios mío?
Que no me pasa nada. Por eso
me quedo así, sin hacer nada.
Sabes lo que haces, o lo que dices
cuando dices, sin hacer nada?
Puede no hacerse nada? Sería
nada, lo que tú haces, Dios mío?
Nadie y nada. Es eso todo?
(José Antonio Muñoz Rojas)

Las cosas del campo (I)

"...un montón de objetos perdidos es la vida."
(José Antonio Muñoz Rojas)

16 de marzo de 2009

Doña Betty: Reír por no llorar

Doña Betty es una de las muchas mujeres que sacan adelante a su familia en el Plan 3000. Cuando la conocí su marido había marchado hace escasas semanas a Argentina en su particular Dorado. Su caso es un ejemplo tipo en este lugar. Tras pasar toda su vida en el campo, con necesidades pero buscando la forma de esquivarlas, ella y su enamorado llegan a la ciudad dónde la plata parecía que podía florecer en cualquier parte. Más bien al contrario, lo que nació se pudrió rápido, más de lo que ella podría esperar, y el paisaje de su vida se convirtió en un oscuro bodegón lleno de lirios marchitos. Y así, el siguiente paso llegó irremediablemente. Un amigo de su esposo le ofrece un trabajo en el extranjero en el que va a ganar mucho más. Otra vez la decisión, y otra vez se vuelven a lanzar a probar fortuna, pero esta vez él sólo. Hablando con ella ríe contando sus miedos, y encaja en su cara una sonrisa para ocultar lo que le pasa por su cabeza: que quizá su marido no vuelva nunca más, que se olvidará de ella y de sus cinco hijos, y que con el olvido dejará de recibir la platita que generosamente le manda todos los meses. Y también sabe que ahora tiene que trabajar más, pegando bordados con la plancha para vender blusas que parezcan más lujosas, que puede que desatienda más de lo normal a sus hijos, y que así llegen a juntarse con pandillas de maleantes que le lleven al pegamento… Como fantasmas, aparecen todas sus inquietudes en medio de una discreta sonrisa de complicidad y desasosiego, entre la desconfianza de hablar con un extraño y la necesidad de querer contar su futuro. Y es que ya conoce lo que les ha pasado a otras como ella, compañeras quizá del comedor o vecinas de la misma calle, ella lo ha visto y lo ha escuchado, y entiende que hay pocas probabilidades y menos esperanzas en que su marido vuelva, y muchas más de las que desearía, en que no regrese su maltrecha felicidad.
Doña Betty cuenta a todos los miembros de su familia. A su suma total le resta uno. No sabe aún si es una simple operación matemática, y o si es el resultado total a la ecuación de sus días. Quizá su caso no sea exacto, pero es una fórmula que día a día se repite en zonas como ésta en las que la necesidad aprieta de forma extrema.