26 de noviembre de 2008

Oxidado

La niebla se hacia densa en la habitación. Mis pulmones no podían aguantar aquel insoportable olor a angustia y olvido, dolor y traición, sexo y mediocridad. Otro jueves más. Otra tarde de Octubre tirada a la basura de reciclaje.

Una y otra vez, Julio y sus amigos me maltrataban con una insoportable sesión de sueños esquizofrénicos, el más curioso de todos era el del ataque de unos terroristas suicidas a las torres gemelas de Nueva York. Neurótico y catastrófico, como mi vida hasta aquel entonces.

Mi rutina consistía en jugar al billar todas las tardes en el bar de “La Rubia”, no era el nombre de pila del local, pero la teñida camarera no podía inspirar otro apodo a la sala. Alguna taza de café vacía, algún cenicero plagado de cigarrillos, o el envase de vidrio de una maltratada coca - cola, era el paisaje que podía dibujar nuestra mesa. Evidentemente nada sobre lo que reposaban sus patas había sido consumido por sus habitantes, el único vicio permitido era jugar al billar, y si quedaba más dinero y tabaco, podíamos seguir jugando hasta que el tapiz cambiara de color. Las horas pasaban, el papel esperaba, la sed regaba los campos del sediento y yo seguía en la esquina de La Rubia desgarrando el culo de cualquier virgen anal.

Una relación estable buscaba desesperadamente. Mar era de aquellas chicas que anhelaban el amor verdadero, duradero, sincero y todo aquello que pudiera terminar en –ero. Era un mundo ajeno al nuestro, un astronauta perdido en la galaxia, un turista en busca de la foto, una borrasca de vida que llovía a todos dulcemente. Era mi mejor amiga, y yo su único amigo.

Todo fluía como los ríos que Heraclito se empeñó en demostrar. Su vagina era limpia y rica en sedimentos gástricos. Mi pene erecto entonaba melodías de Veloso y Gil al verla. Ambos recapacitaban sobre la libertad… “Creo que nunca gemí más en mi vida. Su lengua me atravesó los labios y siguió hasta dentro como si de un caracol se tratara. La maquinaria se engrasaba, y la leña que Groucho pedía insaciablemente hacía arder mi caldera. - ¡Más madera! ¡Más madera!- Iba a explotar de placer. Blanco, azul, negro, nada, espacio, infinito, paz, calma…John Coltrane no acompañaba el momento, así que mandé a otra vía a su tren azul”.

Julio, Mar y mi persona existíamos en la tierra. Algo razonable para la cordura del receptor, aunque reprobable desde la nuestra. Julio, Mar y mi persona existíamos en la tierra bajo tres soles distintos, aferrados al sabor de la ansiedad, al edor de la mediocridad, al oído de cualquier clave que nos pudiera guiar, al tacto de lo sensible y a la vista de lo que no queríamos mirar. Julio, Mar y mi persona no existíamos en la tierra, sobrevivíamos en ella como cualquier emigrante lejos de su país. Marginados, olvidados en el olvido, caóticos, desterrados de la normalidad, condenados a ser distintos por el azar.

La duda, la terrible duda, yo tenía tantas que en mi interior se oxidaban por dentro. Demasiada química para mi engranaje, demasiado conformismo por bandera. La sociedad sucumbía ante el ideal. Las universidades se convertían en un campo de muertos que añoraban las canciones de otros tiempos. Bob Dylan empeoraba y su corazón estaba apunto de dejar de latir. No quería imaginar el día que eso ocurriera. La edad, las canas y cualquier sinónimo de vejez llegarían irremediablemente con ella. La chica del norte del país no volvería a sonreír, gris y solitaria, desamparada, la tristeza la acabaría enterrando para siempre.

- El hombre es pobre por naturaleza, desde que nace hasta que muere- afirmó Julio en voz alta. Sus agudas reflexiones solían ser centro de atención en las rutinarias tertulias del bar de La Rubia. La elite intelectual se congregaba alrededor de sus comentarios. Ridículos e ineptos, todos, escuchaban a la par las consignas de su peculiar líder espiritual. Sanaba conciencias, conseguía estancias en el cielo cristiano con la rapidez con la que una víbora captura a su presa, registraba modelos de suspiros, era curioso ver como su aliento empañaba los cristales de sus gafas.

Bebió el último trago de su cerveza. El extremo amargo y caliente entró en su boca como un tiro. Miró a su alrededor. Sus ojos encontraron un ligero inconveniente en su panorámica. Mis ojos guardaban atentos cualquier movimiento que pudiera realizar. No era un detective privado, tampoco un acosador sexual con ganas de satisfacer el apetito. Altivo, en un intento de mantener la normalidad, giró su vista aparentando no haber caído en mi descarada vigilancia. Cogió la chaqueta del respaldo de su silla y avistó la salida.

Nunca más supe de él. Lo maté con la mirada, lo dejé mudo con mi sinceridad. Sólo quería encontrarme con mi pasado, con mis ganas del ayer, y se marchó. En parte lo agradecí, ya estaba cansado de tanta charla pesada y desagradecida. Quedé con Mar para follar. Pasamos una buena tarde… “dormidos al tiempos y al amor, un largo camino y sin ilusión...”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Qué envidia me das! Tu caligrafía es viva y vibrante, un poco sucia, pero sugerente e incómoda. Yo creo que he perdido el toque, pero lo sigo intentando. Gracias por pasarte por mi blog y por alegrarte de que esté bien. Me alegro de que te alegres y de que tú también estés bien, aunque tan liado como siempre, intuyo.

Besos,

Almu.