10 de junio de 2008

Diario cotidiano de un peatón en celo: El día sin agua

Ayer cortaron el agua en todo mi edificio. Algunos vecinos protestaron como siempre, otros no se manifestaron al respecto.

Cuando me enteré la primera vez supuse que era una medida excepcional, pero con el paso del tiempo viviendo en la comunidad me di cuenta que sucedía una vez al mes. Era un rito. El cartel los días anteriores. La protesta. La indiferencia. Incluso se repetía la falta de ortografía en el aviso. Con el tiempo llegué a entender que aquello era mucho más que un día seco para los habitantes de mi domicilio. La gente acumulaba agua en la víspera por si acaso el riego no llegaba en el momento esperado. La noche anterior la presión de la ducha disminuía porque el resto de habitantes acicalaban su cuerpo sin reservas ante la sequía del día siguiente. Las madres llamaban a sus hijos desde la ventana para que subieran a sus casas a darse el esperado baño del “próximo día sin agua”, en esta ocasión le dejaban llenar la bañera hasta arriba y hacer navegar su simpático barquito, por lo que pudiera pasar. Más de treinta familias pendientes de un letrero erróneo. Más de doscientos litros por hogar para prever el estiaje.

Nadie se muere de sed por un día, pensé, pero a mi primera impresión la contradijo rápidamente una acción casi involuntaria. Antes de subir al ascensor me fijé en el rótulo que cada treinta días adornaba la pared. Pensé en la reunión tan decisiva del día siguiente, con lo que necesitaría una ducha antes de acostarme. Así hice. Me desnudé, y me sumergí debajo de la regadera. Mi alma estaba mucho más sucia, eso sí, mi cuerpo se deslizaba entre aceites y olores tropicales. Sin embargo, conforme pasaban los minutos, el flujo de agua fue aminorando hasta prácticamente desaparecer. Colmado de espuma, no tuve más remedio que llenar unos cuantos cubos del grifo del lavamanos del baño, éste aún aguantaba la presión. Tras finalizar la ducha seguí acumulando, por si acaso, hasta que creí tener la cantidad necesaria para afrontar la aterradora jornada.

Y llegó. Los grifos goteaban con su cadencia rítmica. Los ventiladores no cesaban en su constante vaivén. Los cubos aguardaban en silencio. El flujo del tiempo se llevó las horas de ansiedad ante un futuro que parecía asfixiante, pero nada hizo cambiar las cosas. Al día siguiente el agua regresó a los surtidores, y los vecinos y vecinas del bloque se fueron al súper a comprar agua embotellada, que está mucho más buena, y tiraron por el desagüe toda la que habían cogido.
Cada mes, en el patio, se crítica a la gente que derrocha este bien tan preciado en el popualr “día sin agua”, mientras tanto, la mujer del tercero izquierda llama por la ventana a sus hijos para el febril baño con el barquito. En un pueblo africano también ocurrió algo similar. La gente acumuló sed para el día de la lluvia. Aún siguen esperando que caiga algo del cielo… Esta claro que nunca llueve a gusto de todos.

1 comentario:

Todo a Cien dijo...

está claro que no es comparable, pero algo así nos ocurre a los fumadores. cuando ves que te vas a quedar sin tabaco, la ansiedad te impulsa a fumar aún más hasta que, claro está, terminas con todo el paquete. la psicosis colectiva es tan real como que los seres humanos somos egoistas. adoro leer tu creatividad, sobre todo en escenas totalmente cotidianas. jope tengo un monton de abrazos acumulados para tí¡¡¡. ciao.