11 de septiembre de 2006

El espíritu de Erice


Fue a final de curso. Había un ciclo especial por el centenario del periódico local, y me dijeron que pasaban una película llamada “El espíritu de la colmena”. Pregunte de quién era, y me respondieron contundentemente: “Víctor Erice… Un grande”. Durante ese año había escuchado en muchas ocasiones esa misma expresión, acompañada en otras tantas veces de nombres dispares. Algunos con más acierto, otros con menos. Yo era una esponja que absorbía cine con el ansia del que quiere conocerlo “todo”, sin saber que dentro del “todo” amorfo hay una amalgama de bodrios insufribles. Cuando salí de la sala de proyección sabía que a partir de ese momento mi concepción del cine había cambiado. Al principio no supe que decir, hasta que entendí que a mis acompañantes les pasó lo mismo.

Esta historia puede ser un cliché de lo que un espectador puede sentir al ver una película que nos arranque de un cuajo el alma, pero Erice va más allá. La constante poesía que emana cualquiera de los fotogramas de sus películas, hace que este cineasta vasco nos empape la piel de la sutileza artística que sólo los grandes genios pueden conseguir.

Pero el maestro no muestra todas sus cartas en la estética que configura su impecable obra fílmica. Sus temáticas y motivos escarban en lo más profundo del ser: el silencio, la meditación, la infancia; al igual que el camino, los pueblos, el páramo, hacen que se encuentren con el hombre para resolver el drama con un gusto sublime. No estamos ante cualquier obra, es como si nos dejásemos llevar por la armonía de un paisaje excepcional, en el que nos instalamos echando raíces y nos dejamos llevar a su aire como una veleta. Como esa maravillosa gaviota que marca el paso del tiempo en “El Sur”.

Erice es en si un personaje único, auténtico. Un espíritu pensante y mágico que se muestra de forma precisa. Un autor que permanece ausente en su submundo creativo para salir de él, y sorprendernos con proyectos excepcionales. Cosa difícil en nuestros días. Un ejemplo lo tenemos en la muestra titulada “correspondencias”, que se expone en la Casa Encendida de Madrid del 4 de julio al 24 de septiembre (¡Queda poco amigos!). En ella, nos enseña un intercambio de cartas audiovisuales con otro grande, el director iraní Abbas Kiarostami. Una instalación simétrica, en la que se afronta el enriquecimiento de dos concepciones creadoras. Un lujo al alcance del que quiera empaparse de la mirada de dos cineastas personales y de un nivel excepcional. Aún nos quedan unos días para seguir disfrutando de esta exposición, la cual os recomiendo encarecidamente, eso sí, con grandes dosis de café y de tiempo, y la mirada abierta hacia el infinito de la concepción natural.

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